16 de noviembre de 2013

Quejido de Luna Republicana


Sólo la majestuosa luna de Granada fue testigo de la sangre vertida a orillas del Genil durante, la que fue, la peor noche de verano del 36. Los gatos bajaban de la Alhambra embriagados con el aroma a romero y jazmín de aquel camino, acompañándome hasta la puerta en la que, sin duda alguna, me recibirían con los brazos abiertos.

Acababa de llegar a Andalucía, era la primera vez que visitaba aquella tierra de olivares y pueblos de geranios colgados en los blancos muros de sus casas. En Madrid, cogí un tren que me paseó por Córdoba y Antequera antes de alcanzar mi último destino: la residencia de mi amigo Joaquín. Nos conocimos en Barcelona en el 23, cuando aún éramos unos críos. Yo pertenecía a los «pioneros» de Leningrado y él, que por entonces tenía unos 15 años, militaba en las juventudes comunistas de Granada. Mi padre mantuvo siempre buena relación con los miembros del PC español y les alentaba a participar de la recién creada tercera Internacional. Si el pobre hubiera llegado vivo hasta hoy, no creo que hubiese resistido el trágico destino que amenazaba a España.

Tocando a la puerta de madera, recordaba la última vez que nos vimos y cómo, desde entonces, me había esforzado por aprender ese precioso idioma: el español, moldeado y coloreado por la gracia del pueblo andaluz. Sorprendido, Joaquín me saludó tachándome de loco por haber viajado hasta allí con la que estaba cayendo. Me invitó a pasar. Después de dejar mi triste macuto en el dormitorio, me sirvió una buena taza de café y nos sentamos a la mesa. Fuera casi estaba amaneciendo, los rayos de luz sonrosados y los tonos anaranjados se hacían con el lienzo del cielo de la calle. Yo temía por mi amigo, por eso estaba allí. Cualquiera que hubiese trabajado como funcionario durante la República corría un grave peligro y Joaquín había ocupado hasta hacía unas semanas un buen puesto en la delegación. Yo sabía que pedirle regresar conmigo era como exigirle al Guadalquivir que corriera hacia atrás, pero aún así quería intentarlo. Se negó en rotundo, él jamás abandonaría su tierra, lucharía por ella hasta el final.

La agradable brisa de la mañana se convertiría más tarde en los albores de una tormenta de verano. Las calles, las alcantarillas e incluso los árboles del parque del Triunfo respiraban de manera tensa y quebradiza. La gente se cruzaba con sus vecinos, que los miraban como por la mirilla de un rifle. Joaquín compró el periódico, el hombre del quiosco nos advirtió que no llegásemos hasta la plaza de los reyes católicos porque, al parecer, los militares andaban por allí. Disimuladamente agradecidos, seguimos nuestro vagabundeo por la resplandeciente ciudad tiznada de un gris de silencio y miedo. No había transeúnte que no llevase el paso rápido y tímido de quien prefiere que las sombras no le descubran en su caminar.

Nos encontramos en Puerta Elvira, monumento a la herencia árabe de aquella hermosa localidad, un suspiro del recuerdo que ahora nos observaba sentenciosa como si, tal vez, supiera leer nuestros pensamientos en el rumor del aire. En la avenida principal se habían estacionado varios tanques del ejército, las aceras temblaban y rechinaba en el ambiente un frío susurrar proveniente de la mismísima boca del abismo. Por la calle bajaba corriendo un joven de boina saltarina que gritaba casi sin aliento «¡Han detenido a Federico!». Aquella calamidad nos dejó tan estupefactos que casi no nos dimos cuenta de la compañera que se nos acercaba por la derecha. Venía avisándonos de que habían denunciado a Joaquín. Si no salía pronto de Granada, correría la misma suerte que el poeta. Aquella tarde de cielo encapotado y asfixiante calima, Joaquín decidió unirse a un grupo republicano que, según tenía entendido, se escondía en las Alpujarras. Todo estaba listo, saldríamos de madrugada.

Aquella sería la última vez que vería a Joaquín, y, como si el destino nos hubiera advertido de aquello, nos despedimos el uno del otro a la salud del poeta detenido, mientras que en la taberna bailaban y cantaban las gitanas. La danza de un caballo al son de una guitarra y la voz rasgada del cantaor acompañaban aquella noche que parecía estar escribiéndose a fuego en los libros del infierno.

Yo estaba dentro de la casa cuando llegaron. Y escuché cómo le detenían sin poder hacer nada por él. Quise ir con el pobre Joaquín y permanecer a su lado hasta el final, pero una de las vecinas me lo impidió, me volvió a meter en la casa refiriendo que con un muerto ya era suficiente. Se lo llevaron y sólo los perros se despidieron de él. Intentó escapar, según dijeron días después, incluso pudo alcanzar la orilla del río. Pero nada más, las aguas se lo tragaron. El llanto de un búho cerró la noche entre sábanas manchadas de sangre, anunciando la muerte de un poeta y la de tantos otros andaluces que dieron la vida por la libertad.

Yo me quedé a luchar por la dignidad de esta tierra y el recuerdo del bueno de Joaquín. Pero perdimos la guerra y, ahora, sentado en una mugrienta celda de una cárcel de Málaga, escribo estas líneas matando el tiempo antes de que el tiempo sea quien acabe conmigo.

Quejido de Luna Republicana, 23-10-2011

MIEDO

 

La Tierra, la hermosa Gea, con su torrente de vida, ahora estaba muriendo con rapidez a manera de despedida juiciosa. Subidos en aquel armatoste ni siquiera nos atrevimos a mirar nuestro hogar ahora ahogado por la contaminación más estrepitosa. Nadie pronunció palabra alguna al observar desde el espacio aquella gigantesca canica envuelta en una atmósfera asfixiante, nadie fue capaz de devolverle su aterrada mirada. Varios satélites pasaron cerca de los ventanales de nuestro vehículo rozando uno de los laterales. Aquello se sintió como una turbulencia exagerada que no vaciló en asestarnos una buena sacudida. Un zumbido ensordecedor se alejó envolviéndonos en el silencio infinito del universo. Empaquetados como equipaje sin dueño, recorrimos los más de 380 mil kilómetros necesarios para acoplarnos al transbordador en el que realzaríamos aquel viaje fallido en busca, quizá, de nuestra volátil humanidad. En poco tiempo el azul eléctrico que un día emitió nuestro planeta se empobreció hasta agotarse en aquel gris parduzco que evitaba cruzarse en nuestro recuerdo. Y desde allá arriba, nos dimos cuenta de todo el mal que había causado la raza humana, cómo habíamos puesto en jaque a todo un sistema vital casi único en el Universo. Ya sobre la Luna, los oficiales empezaron a encaminarnos a todos hacia nuestros asientos dispuestos en hileras por todo el habitáculo, parecíamos ovejas encarriladas hacia el frío matadero. Nos condujeron hasta la corredera de embarque, donde los temblorosos paneles sujetos con tornillos tiritones se helaban en la gélida superficie lunar. Uno a uno observamos desde una tímida ventanilla la flaca bandera norteamericana que dejaba al descubierto nuestro propio holocausto.

Nos esperaban meses de viaje hasta alcanzar el cinturón de Kuiper. Una vez allí, la gran maquinaria, a manera de barco de vapor, se detuvo casi por completo. Llegados a este punto, era necesario recalcular la ruta y reiniciar los sistemas de dirección. El viento de la nada azotaba los gruesos cristales de los ojos de buey de la nave. Durante el tiempo de espera, los cuarenta y siete tripulantes de la Kirilo nos manteníamos en alerta, cada uno en su puesto, a la expectativa del comienzo de la misión para la que nos habían preparado. Entre los miembros de aquella tripulación se encontraba el personal médico especializado en emergencias en el espacio, el grupo de defensa, los ingenieros, pilotos y el equipo de investigación científica. Todo aquel gran equipo era imprescindible para la realización de las tareas que nos ocuparían a partir de aquel momento. Un de las fases más inestables, pero crucial, consistía en la activación del sistema artificial de gravitación. La Kirilo tenía forma de una gran rueda, la cual iba unida por 25 radios al anillo central, donde se encontraba la unidad cuántica de telecomunicaciones, ingeniería y el puente de mandos. Esta estructura facilitaba la simulación de fuerzas centrífugas que producían la sensación de gravedad. Sin embargo, debido al elevado consumo de combustible, la activación del sistema gravitatorio sólo se mantendría en la actual etapa del viaje. Un potente zumbido de creciente aceleración inundó los pasillos de la nave a la vez que la voz del capitán se hacía eco a través de los altavoces. Las unidades científicas accedieron a los módulos teleféricos ubicados a los extremos de los radios de la Kirilo. Poco a poco las decenas de personas que, sólo hacía un instante flotaban en el aire, posaron tímidamente sus huellas en un suelo brillante y metálico que les atraía lentamente. Una vez listos, los paneles de propulsión se incendiaron y la Kirilo comenzó a navegar pesadamente en una órbita parsimoniosa alrededor de nuestra más antigua divinidad terrestre, el Sol.

Por fin, llegamos a aquel lugar maldito, donde sólo quedaban las ruinas de la antigua estación espacial Mefodii. Sumida en la gélida oscuridad del vacío, se encontraba abandonada la cáscara metálica de nuestro futuro. Dentro de la Kirilo, el sistema de ventilación pareció detenerse, la respiración de cada uno de nosotros quedó suspendida por una sensación pasmosa al observar aquella masacre. De la superficie helada del asteroide, en que en su día se erguía el orgullo arquitectónico de nuestra más audaz colonia científica, ahora emanaban los gemidos del desastre. Y ante nosotros, resguardados en una vulnerable burbuja ensamblada con tornillos y tuercas viejas, el océano cósmico bramó intimidando a nuestros ojos con su magnificencia. La energía que bullía de aquel rincón del universo perdido desgarraba nuestros miedos más primitivos. La escena era horrible: la vieja estación espacial, ubicada 40 años antes en aquel olvidado asteroide de la galaxia, había sido destruida por completo. No podía tratarse de ningún meteorito que hubiese impactado, los datos de los sensores refutaban la hipótesis de que aquella catástrofe no había sido provocada por causas naturales. La estación Mefodii había sido el primer puesto avanzado de escucha espacial en busca de señales de radio provenientes de las profundidades del cosmos; el asteroide hacía las veces de una gigantesca antena parabólica que oteaba los cielos. Por lo tanto, su destrucción significaba un golpe muy duro al mayor monumento histórico a la superación humana. Los huesos de aquella estructura exánime habían abrazado la esperanza, la ilusión y el despertar de la raza humana. Habiendo dejado atrás la mediocridad y la asfixiante ignorancia e hipocresía del hombre como especie, el pueblo de la Tierra comenzó durante décadas a labrar el camino hacia la búsqueda de la esencia de su existencia. Cayeron regímenes, desanclamos las cadenas de la esclavitud, desapareció el hambre y la pobreza casi por completo; la ansiedad que oprimía a nuestro mundo se convirtió en libertad. La sabiduría, el afán de conocimiento y el espíritu de unidad se elevaron sobre las cabezas de la codicia, la banalidad y el odio. Y aquel fantasma era un monumento abatido de nuestro esfuerzo. Ninguno de nosotros conseguimos evitar el recuerdo de aquellos libros de texto de Historia en los que narraban el comienzo de lo que allí, a bordo de la Kirilo, parecía haber sido atacado. "Todo comenzó con el primer viaje a la Luna. “Aquel maravilloso punto azul” visible desde la superficie de Selene iluminó las pupilas de los soñadores cautivos. Luego vino Gaia, la nueva Tierra, descubierto en 2043 por dos astrónomos de la provincia bohemia de la Supranación germánica: era un planeta a sólo 12 años luz del nuestro. Más tarde, se hicieron realidad los miles de cuentos sobre el planeta rojo; la primera misión tripulada a Marte vino marcada por el hallazgo de toda una serie de cuevas subterráneas que recorría aquel dios griego, se trataba de canales artificiales de una remota civilización perdida, nuestros hermanos cósmicos. Y a partir de entonces, cansados de la desgarradora soledad que oprimía a nuestro planeta, emprendimos el viaje en busca de aquellos hermanos perdidos. Así nació la Mefodii en la década de los 60, y así parecía haberse esfumado en la hostilidad de aquel barrio de asteroides.

Nuestra misión consistía en hallar las causas de la destrucción de aquel puesto de escucha. Sin embargo, ante el desastre y las tinieblas de las que eran testigos los sensores, una bofetada de terror primitivo nos hizo agazaparnos entre la maleza de nuestro instinto. El tiempo se alargaba en la distancia en que podíamos sentir el último latido de la estación arrasada. Comprendimos al instante el horror que debieron sentir los más de cien especialistas que trabajaron durante años en la estación, seres humanos, resguardados del frío estelar, que se enfrentaron a lo desconocido en su último suspiro.

Aquella grave sensación de derrota se apaciguó a causa de las luces de los teleféricos y los destellos producidos por el reflejo de las estrellas en lo que quedaba de la estructura de la Mefodii; sin embargo, el olor a cenizas -como en el campo de la batalla perdida- se mantenía intenso y penetrante. Las sondas comenzaron su trabajo, lanzamos varias series P1 y P2 para corroborar el alcance de los daños. A su vez, extendimos los brazos y las grúas de nuestro navío cósmico para llevar a cabo la recogida de escombros. Los primeros cascotes de acero subieron a la nave con grandes dificultades debido a su tamaño, los ingenieros hicieron un delicado trabajo con las sierras cum láser y minutos más tarde aquellos trozos de metal acabaron en la mesa del laboratorio. Se podía comprobar a simple vista que habían sido expuestos a una potente explosión de varios megatones; como resultado, la estructura había cedido e incluso derretido en su mayor parte. Los químicos dieron buena cuenta de los restos de la Mefodii. Hacía varios meses, el viejo satélite Hubble había detectado una potente llamarada proveniente de aquel punto del cosmos en el que nos encontrábamos, ahora sabíamos que el oxígeno del sistema de ventilación de la estación hizo arder el combustible que la mantenía. Los científicos dieron con las pruebas que corroboraban la teoría de que se habían producido dos explosiones casi simultáneas: una, en el núcleo y, otra, provocada en la estructura externa de la Mefodii. Aquella hipótesis sólo podía atender a un ataque de origen desconocido y probablemente intencionado. Muchos de los materiales aparecían vidrificados, por lo que podíamos asegurar, casi con absoluta certeza, que un proyectil atómico había impactado contra la estación espacial haciendo que ésta saltase en pedazos.

Las horas nos sumían en la desesperación, aquel descubrimiento dantesco no tenía sentido. ¿Por qué la Mefodii había encontrado aquel final? ¿Por qué el destino de cientos de personas, que luchaban por un sueño, fue tan violento? ¿Quién era capaz de provocar tanto dolor y marcharse sin dar explicación alguna? Quizá aquellos hermanos a los que buscábamos con tanto anhelo habían manchado de sangre lo que debía ser un hermoso encuentro celeste. Pero, ¿por qué? Muchos intelectuales y filósofos de éste y otras épocas habían alertado de la hostilidad de "nuestros dioses", y no pocas fueron las advertencias contra los "visitantes de las estrellas". No, Ellos no. En la Kirilo nadie comentaba nada, nuestros labios estaban sellados, pero todos pensábamos lo mismo: La ilusión, la esperanza que había unido al pueblo terrestre se había fundamentado en la idealizacion de los Otros; esos hermanos que quizá nos crearon en una probeta miles de años atrás, o que, simplemente, nos guiaron en el devenir de nuestra propia Historia. Y ahora el temor a la caída del mito nos sumía en el silencio de quien ve temblar los cimientos de su fe. La bandera de nuestra civilización ondeaba a media asta. De repente, la voz del oficial de comunicaciones resonó alto y fuerte desvelando una señal de radio que se repetía de manera periódica. Desde el descubrimiento de la comunicación cuántica, la cual permitía conexión directa y sin retardo entre cualquier central de transmisión, la radio había pasado a un segundo plano. Sin embargo, los sensores de recepción de la Mefodii habían detectado un mensaje en aquella longitud de onda hertziana. El ruido inundaba la grabación haciendo ilegible la transmisión. Finalmente, con ayuda de las potentes computadoras fue posible la limpieza de la grabación, y con un procesador lingüístico de última generación, la decodificación fonética del mensaje fue el siguiente: HARTS-HARTS-HARTS-HARTS-HARTS-HARTS-HARTS-HARTS. No a pocos tripulantes les palideció el semblante al oír de manera continuada esta serie de sonidos. El capitán estaba seguro de que aquella palabra era la clave.

En mitad de la noche perenne del cosmos, estudiábamos las causas físicas del suceso. Pero, no nos engañemos, lo que perseguíamos era una cuestión mucho más compleja, pretendíamos responder al quién y al porqué de la destrucción de la Mefodii. De nuestro informe dependía todo un planeta, un hermoso planeta que resurgía cual fénix de sus cenizas y que, ahora recibía un duro golpe a décadas de renacimiento como especie. Teníamos hasta la hora de la cena, momento en que apagaríamos el sistema de gravedad artificial y, con todas las pruebas y fotografías recolectadas, pondríamos rumbo de regreso a la Tierra. Sin apetito, la tripulación masticaba a un ritmo lento y sincronizado; los ojos de los comensales se perdían en la inmensidad de una reflexión colectiva. Ya quedaba poco y no habíamos dado con ningún indicio claro del agente enemigo. ¿Qué podía significar aquella palabra: harts? Uno de los oficiales se levantó de su silla e hizo pedazos el papel que tenía en la mano. Llevaba rato garabateando las letras H-A-R-T-S y ahora, al igual que su ánimo, aquella página yacía troceada en el suelo, reflejo de la desesperación de aquel tripulante. Todos le observaban taciturnos. De súbito, un joven militar empezó a alzar la voz y a lanzar gritos de espanto al ver aquellos trocitos de papel tirados: “eto nie harts, a strah[1]”.

Una potente luz cegó los ojos de los sensores y de las personas que en ese momento estuviesen cerca de una ventana. De la nada apareció una nave impresionante, gigantesca y tan oscura como el universo. Fuesen quienes fuesen habían estado allí todo el tiempo, ocultos tras algún asteroide. Eran Ellos. Encendieron unos dispositivos ubicados a los lados de aquel coloso y comenzaron a disparar a nuestra nave.

Habíamos contactado con los dioses. Eran hermosos, en una grabación que recibimos mientras nos bombardeaban, pudimos observar sus rasgos. La belleza de unos seres que amaban la vida y que se habían visto obligados a destruirnos para defender los pilares de una filosofía muy antigua. Habían estado recibiendo las ondas de radio que emitimos durante años desde la Tierra, fueron testigos en diferido de décadas de historia terrestre, desde la subida de Hitler al poder, e incluso de la caída del muro de Berlín o la guerra de Vietnam y las reyertas constantes en Jerusalén. Y por eso repetían una y otra vez, en la lengua del primer cosmonauta humano: Strah, strah, strah...

Los dioses nos tenían miedo.

Fin


[1] No es harts, sino strah (miedo). Trasliteración del ruso.

1 de abril de 2013

Un Futuro esbozado mientras soñábamos

La escritura automática es una técnica narrativa utilizada por muchos escritores a lo largo de su carrera artística. Un buen ejemplo lo encontramos en la magnífica generación del 27’. Y esto es un ensayo de escritura de este tipo pero en formato digital –reconozco haber retocado el texto, para darle forma y que sea legible pero manteniendo siempre toda su originalidad-:
“Es curioso el camino al que nos ha conducido la tecnología, hoy escribo a través de un aparato electrónico con el que, tecleando o simplemente con nuestra voz, podemos comunicarnos con cualquier ser humano de cualquier punto de nuestro planeta. Los guionistas de series y escritores de ciencia ficción –por qué no decirlo, los creadores del mundo Star Trek, entre ellos- parecen haber filtrado sus sueños a la realidad. Los replicadores en 3D, los ebook, las tablets, etc, ya están entre nosotros… sin contar los avances médicos extraordinarios, como ECMO, con el que una persona fallecida por paro cardíaco puede ser reanimada incluso dos horas después de una muerte clínica. Avances maravillosos. Y no son pocos los que están luchando por el progreso y que no están dispuestos a que se detenga la gran rueda de la evolución tecnológica. Veremos Marte con nuestros propios ojos, lo prometo, y viviremos allí. La Tierra se nos ha quedando pequeña.
He empezado hablando de la escritura, pues bien, es que de eso trata esta reflexión. Porque vivimos sin apreciarlo un acontecimiento histórico inalcanzable para nuestro entendimiento –debido a una ceguera inducida-, un acontecimiento que sólo se ha manifestado tres veces (si no están de acuerdo clasifíquenlo como quieran, yo cuento tres) a lo largo del devenir de este ser  ambivalente, fascinante (y aterrador) como es el ser humano: me refiero a nuestra evolución como especie. Primero, fuimos capaces de hablar, de contar historias; luego, supimos plasmar nuestros sueños –que antes sólo moraban en nuestra mente y bailaban en el aire- en la piedra, con esto seguimos adelante y dimos con el papiro y la imprenta. Imaginen un mundo sin palabras… no pueden, porque todo lo que tiene existencia tiene un nombre, y no darle nombre a algo significa que ni siquiera existe.
La capacidad humana del lenguaje está estrechamente relacionada con pasos evolutivos importantes de carácter ideológico y de pensamiento que pueden durar siglos en completarse: la adquisición de nuestra inteligencia, la Revolución del Neolítico, la aparición del mundo Moderno. El nuevo formato de escritura y expresión digital se convertirá en el motor y consecuencia de un nuevo paso evolutivo, cuyos albores sólo somos capaces de vislumbrar. Un nuevo estado superior del Ser Humano que muchos niegan y pretenden frenar en la esclavitud de la ignorancia.
A estos verdugos de nuestra especie sólo les diré una cosa: el futuro que un día soñamos ya está aquí, puede esperar pero no dará marcha atrás (jódanse, con todos mis respetos)”.

26 de marzo de 2013

El tiempo se tragó la esperanza

Hace un tiempo que decidí abrir este blog para dar a conocer mis ideas, mis inquietudes y –sobre todo y ante todo- para despertar la ilusión y el ánimo a mi querido lector. Posiblemente, aquella era una utopía inalcanzable. El devenir histórico de nuestro tiempo se tragó la esperanza que cabía en la tinta de esta pluma digital.

Más allá, recuperaremos la asiduidad de la creación de nuevas entradas repletas de interesantes datos sobre la historia y la lingüística rusas, además de críticas y comentarios literarios de varias obras que poco a poco irán ocupando su lugar en este Rincón del Saber y de la Libertad.

N.V. Бukovsky

6 de junio de 2012

El pasado futuro

Un rincón para...


Hubo una época en la que el mundo permaneció envuelto en una terrible desolación, las personas morían de hambre y se habían convertido en esclavos de un sistema corrupto dirigido por la élite más poderosa del planeta. Sólo el verde del dólar relucía donde antes, dicen, se veían altivas las copas de los árboles del Amazonas. Se secó lo que antes fueron lagos exuberantes de vida, y el blanco pelaje del oso polar desapareció de las tierras de las auroras boreales hace ya mucho tiempo.


La trama del más terrible libro de ciencia ficción se apoderó de la realidad, pero esta vez no había cadenas enteras de robots mecánicos recorriendo las grandes ciudades, sino que eran de carne y hueso -les habían robado su alma-. El ser humano nació para morir sin alcanzar la Verdad, sin conocer el sentido último de la vida porque se olvidó de quién era y renegó de su pasado ancestral. Gaya hacía demasiado tiempo que no respiraba, que no abrazaba el espíritu perdido del Hombre. 


El cielo, permanentemente cubierto de una contaminante capa gris de desechos, dejó de derramar lágrimas en agosto y su infinita belleza había sido derrotada. Oculto, enterrado entre el lodo de la avaricia y la maldad, el pensamiento era un reflejo yermo en los charcos de barro que cubría el cuerpo de aquellos tristes autómatas. 


Pero ese tiempo pasó, y ahora...


- Si quieres que esta Historia continúe para descubrir de lo que es capaz el Ser Humano, como especie única, debes empezar a luchar para que nada de lo que aquí se ha escrito ocurra. Lucha por el espíritu de una Humanidad libre sedienta de conocimientos y Verdad. Que no te encadenen el alma a la mentira y la esclavitud. Rebélate.


   

14 de abril de 2012

Porque ya nadie mira las estrellas

Un rincón para...



HERMAN POTOČNIK NOORDUNG (H. Noordung)

Biografía. Hijo de dos eslovenos, nació en el viejo imperio Austro-húngaro, el 22 de diciembre de 1892 en Pula (actual Croacia), estudió en Maribor (Eslovenia) y luego realizó su carrera en la escuela militar de Mödling (Austria), su especialidad era el diseño y calculo de puentes y vías ferroviarias. Posteriormente desarrolló la tarea de ingeniero espacial en cohetes y fue pionero en la teoría de cómo el ser humano podría habitar en el espacio durante un largo periodo de tiempo.
Durante la primera guerra mundial, sirvió al ejército en Serbia y Bosnia. En 1915 fue asignado como primer teniente y le enviaron a luchar en Isonzo. En 1919 se retiró con el rango de capitán debido al contagio de tuberculosis.  Comenzó sus estudios en ingeniería eléctrica y mecánica, en la Universidad Tecnológica de Viena, donde acabó su doctorado en ingeniería especializado en cohetes. En 1925, se dedicó totalmente al desarrollo de teorías de cohetes y tecnología espacial. En 1928, desarrolló y publicó la idea de un satélite geosíncrono para comunicaciones. Potočnik falleció en Viena a la edad de 36 años, sumido en una gran pobreza. Fue enterrado en esa misma ciudad.

Su trabajo. En 1928, Herman Potočnik publicó su único libro, “El problema del viaje espacial - el motor de cohete”, el cual publicaría en alemán y cuyos capítulos más importantes fueron traducidos rápidamente al inglés en Estados Unidos. Además, en 1935 la redacción principal de aviación del Comisariado del pueblo de la industria pesada de la URSS publicó este libro en lengua rusa. Ya entonces los especialistas se preparaban para los futuros vuelos espaciales. Se puede decir que el trabajo de Herman Potočnik asentó las bases para los padres, tanto soviéticos como americanos, de la cosmonáutica práctica.  Potočnik diseñó una estación espacial que llamó 'La rueda hábitat' y calculó su órbita geoestacionaria. También describió el uso de naves orbitales para observaciones pacíficas y militares y cómo se podrían utilizar las condiciones del espacio para realizar experimentos científicos. El libro describía satélites geoestacionarios y analizaba la comunicación entre ellos y la tierra utilizando la radio, aunque no trataba la idea de hacer uso de ellos para desarrollar la comunicación en masa como estaciones de telecomunicaciones, tales como nuestros actuales satélites.

Herman Potočnik un visionario de la vida en el espacio. En el libro hay bastantes ideas que no eran tomadas en consideración por otros teóricos de la cosmonáutica, aspectos que ahora nos parecen obvios pero que no lo eran tanto cuando aún no se había puesto al hombre en órbita. Un ejemplo es la dificultad que encontrarían los tripulantes de una estación espacial a la hora de lavarse. Resaltó la necesidad de utilizar un tipo de toallitas y esponjas húmedas, las cuales son las que hoy día utilizan nuestros astronautas en la ISS. Por otro lado, también hizo referencia a la atrofia muscular que deberían hacer frente los cosmonautas y las dificultades motrices que tendrían que soportar una vez devueltos a la superficie del planeta. Hoy día, todo el mundo conoce las extremas condiciones físicas y médicas que sufren los tripulantes de la estación espacial cuando regresan a la Tierra, y las duras y largas sesiones de entrenamiento a las que se ven obligados.

 
El trabajo de Herman Potočnik en otras esferas:
Un grupo de entusiastas encabezados por el artista, actor y director esloveno Dragan Živadinov han abierto, a través del Gabinete Cosmokinetic Noordung y con el apoyo de la alcaldía de Vitanje, el Centro para la Memoria de Noordung. El centro muestra su vida y su obra, y forma parte del Centro Cultural Europeo de Tecnologías del Espacio (Kulturno središče evropskih vesoljskih tehnologij – KSEVT).
En 1945 el escritor británico de ciencia ficción Arthur C. Clarke contempló la posibilidad de satélites de comunicación basándose en el satélite geosíncrono de Potočnik. Mientras que en su otra obra, llevada al cine por Stanley Kubrick, “2001: La odisea del espacio”, hizo uso de la rueda hábitat para dar forma a la estación espacial de la película, y reflejó también las teorías de la creación de gravedad artificial en el espacio.

Otras curiosidades.
 Actualmente, las teorías exotéricas y conspiranoicas sostienen que el extenso programa espacial que el mismo Potočnik desarrolló para la República socialista de Yugoslavia fue entregado a la NASA estadounidense, desarrollándola y otorgándole así las bases de la propia carrera espacial.

Páginas de interés:

4 de abril de 2012

Se puede viajar en el tiempo

Un rincón para...


Ciudadanos del mundo, tras el revuelo que ocasionó el fallido experimento de los neutrinos - el cual  ha costado la dimisión de Antonio Ereditato, coordinador del proyecto Opera - la ciencia recupera el sueño de poder viajar en el tiempo. 

Se ha demostrado que viajar al pasado más cercano es posible.

Y no hay que irse muy lejos de la capital española, ni se necesitan rebuscadas teorías de la física para conseguirlo. Literalmente, España entera ha conseguido hacer girar las manecillas del tiempo en una visita forzada al siglo pasado. Como muchos ya habrán adivinado me refiero al retroceso social e intelectual que se vive en la península y en toda Europa. 

Y he de levantar mi voz a golpe de ratón y teclas, y he de alzar mi indignación dormida. Temed por vuestros hijos, que serán la carne de cañón para el "no siglo XXI". Nos engañaron, nos mintieron todos los visionarios del pasado, todos los brillantes escritores e intelectuales que nos describían el brillante futuro de la humanidad. Nadie sabía que para avanzar primero se nos obligara dar marcha atrás a nuestro intelecto.

Primero, atacan a la educación. No hay nada más importante que el saber y se les está negando a todo el mundo. Empezaron con el proyecto universitario del Espacio Superior de Educación Europeo, un proyecto que ha llevado a la tumba decenas de estudios y carreras teóricas, peligrosas que podían provocar la creatividad, el ingenio y el afloramiento de la inteligencia humana. Una vez habiéndose desecho del lobo en el rebaño, atacamos a las masas de nuevo. Se mutila la investigación, las ayudas al pueblo, se descabezan los derechos de todas las personas y se inflan los bolsillos de los poderosos con medidas anticonstitucionales. Vamos de espaldas hacia el futuro, con los ojos cerrados y nuestras bocas en silencio.

Detengamos esta máquina del tiempo con la Revolución.


¿Acaso los escaparates y periódicos no nos revelan que hemos retrocedido más de 70 años en el tiempo?

Esperen, ahí llega otra ola temporal, mañana los trabajadores no podrán ejercer su derecho a la huelga y entonces regresará la esclavitud a la Tierra y el reloj de la historia volverá a hablar del "krepostnoje pravo".

Buenas noches, descansen si pueden.